Resumen del 2º encuentro: Cárceles terapéuticas (27Mar)

Estos “resúmenes” no son —ni pretenden ser— una acta de los encuentros que han tenido lugar en el Horiginal. Cada uno de ellos es, más bien, un texto reelaborado colectivamente a partir de las intervenciones que efectivamente surgieron desde tan diversas voces. Somos conscientes de que estos breves textos no agotan la riqueza del acontecimiento ni lo concluye. Son, en este sentido, un material abierto, inconcluso...

El encuentro se ha iniciado con una presentación acerca de las nuevas cárceles terapéuticas por parte de un grupo de compañeros que ha estado trabajando en la Unidad Terapéutica (UT) de un centro penitenciario, para mostrar cómo, en efecto, emerge la terapia como nuevo mecanismo de gobierno en el espacio carcelario. Este planteamiento ha servido para abrir diversos interrogantes. ¿Son las UTs el indicador de un cambio en las formas, pràcticas y discursos de poder, desde un poder disciplinario hacia un poder terapéutico? ¿Que relación hay entre la emergencia de una nueva forma de poder carcelario y lo que ocurre hoy en la sociedad? ¿Se puede hablar, en efecto, de una sociedad terapéutica? ¿Y de la vida —de esta vida— como cárcel? ¿A qué responde hoy toda esta demanda de terapia? O bien, ¿cómo se articula el poder terapéutico con las nuevas formas de un capitalismo global desbocado?

Quizás se trata de pensar cómo, desde el modelo disciplinario, hemos ido interiorizando en nosotros mismos al policía, cómo nuestra responsabilidad no va más allá de la gestión de nuestra vida precaria, cómo hemos llegado a privatizar el fracaso. En este sentido parece que, en efecto, esta vida es una cárcel. Dentro de las cárceles los internos que voluntariamente acceden a las UTs dejan de ser cuerpos por disciplinar para asumirse como cuerpos por sanar. Espacios libres de drogas, pero no libres de medicamentalización. ¿Y fuera?

Dentro se trabaja, pues, para reconstruir una identidad: desde cuerpos sin biografía que hay que curar y a quienes se corresponsabiliza del proceso que debe conducir a una gestión sana de la propia vida. Pero, ¿desde dónde se reconstruye? Se delega en el poder terapéutico: el referente de reconstrucción vital es el equipo terapéutico. La terapia se presenta como única alternativa entre la cárcel de siempre, la dura, el infierno, y la cárcel blanda: la curación, la salvación. “Una salida que nos pone un pie fuera del infierno sin salir de él”... ¿Y fuera?

Y sin embargo nos resulta fácil ponernos en el lugar de quien decide intentar salir del infierno. Dentro de la cárcel, aquél que quiere poner fin a la tortura que es la cárcel dura y a las drogas. Fuera: aquél que busca el fin de la abrumadora sensación de vida rota y de la amenaza de exclusión. Por eso estamos dispuestos a firmar un contrato. En las UTs los internos han firmado, literalmente, un contrato por el que asumen la condición de enfermo, por el que acatan las condiciones de la inclusión bajo amenaza de exclusión. ¿Y fuera? ¿No hacemos algo parecido? En educación secundaria ya existe el contrato pedagógico por el que los alumnos “más inquietos” se corresponsabilizan de su propio proceso de reinserción. Pero es en todos los ámbitos de lo social donde lenguaje y gestión del sufrimiento parecen ir de la mano con toda naturalidad. El discurso terapéutico va permeando en cada uno de estos ámbitos para aparecer como la forma natural de hablar de lo que nos pasa. La idea de contrato terapéutico no nos resulta extraña. ¿Y no tiene éste la forma de un contrato hipotecario por el que asumimos una deuda? La deuda: gestionar esta vida aceptando, entre todas las condiciones de inclusión, que toda condición precaria requiere, tan sólo, soluciones privadas; por eso el poder deviene terapéutico... ¿Quien no necesita hoy una terapia que le ayude a sobrellevar solo la carga de una vida endeudada de por vida?

Acaso los controles de calidad, surgidos en el mundo de la industria pero aplicados hoy a nuestra vida-producto y a los procesos de su gestión, no sean más que el indicador del estado de esta deuda.

Hoy el discurso y las prácticas de poder terapéutico se muestran como un ataque preventivo: amenazan la capacidad de crear complicidades, ocultan y desarticulan las luchas, gestionan el uso de la memoria colectiva, crean mecanismos para lavar conciencias (dentro de las cárceles, las propias UTs; fuera, la mercantilización de la solidaridad, la “generosidad” de las empresas)... Ante todo esto:¿se puede articular una voz, la voz de un nosotros que no hable el lenguaje que se impone como natural, público, cívico... sano? ¿Podemos no firmar el contrato? ¿Cómo resistir? ¿Cómo salir del ámbito privado del tú solo ante la realidad que abruma o aplasta? ¿Cómo escapar de la relación de sumisión, de conformidad, que propone el contrato terapéutico y por el que asumimos nuestra condición de incapaces o incompetentes para sobrellevar esta vida?

Y sin embargo, el poder debe asumir un riesgo: el de que hagamos de nuestra vida un acto de sabotaje, el de que en una duna de este desierto de aburrimiento encuentre cómplices...