Resumen del 1r. encuentro: Política y terapia (28Feb)

Estos “resúmenes” no son —ni pretenden ser— una acta de los encuentros que han tenido lugar en el Horiginal. Cada uno de ellos es, más bien, un texto reelaborado colectivamente a partir de las intervenciones que efectivamente surgieron desde tan diversas voces. Somos conscientes de que estos breves textos no agotan la riqueza del acontecimiento ni lo concluye. Son, en este sentido, un material abierto, inconcluso...

¿Política ‘y’ terapia?

Concebimos la Política como una actividad que sirve para organizar la sociedad y la Terapia como una práctica para curar enfermedades. Entonces, ¿en qué consiste la ‘Y’ que vincula política y terapia? Existe una ambigüedad. Por un lado, hoy el poder es fundamentalmente terapéutico: se nos obliga a “tener una vida”, una vida que hay que gestionar y rentabilizar. Por otro lado, toda verdadera terapia implica una transformación interna que apunta a un “curarse”. ¿Acaso politizarse no es una transformación interna que nos lleva a tener menos miedo, a ser más libres? De lo político a lo terapéutico y de lo terapéutico a lo político... Cuando ya no hay sujetos políticos sólo queda la propia vida. El campo de batalla se ha desplazado a nuestro interior, en tanto que somos una vida rota, enferma, afectada… nos resistimos. “No podemos cambiar el mundo, pero sí nuestras vidas”. Somos afectados y es el “ser afectado” la categoría política que hay que pensar, que hay que poner en juego.

Así, ¿en qué consiste nuestro malestar? ¿Cuál es su fuente? Se trata de pensarlo entre nosotros...

«Soy un enfermo porque creaba conflictos en la relación con la gente y por mi visión del mundo; pero vi que mi enfermedad tenía que mantenerla. Yo había politizado mi enfermedad (...). No hace falta medicalizarse, sino vivir una vida, unilateralizar la existencia –esto lo quiero, esto no lo quiero–; es un gesto político. Los que venimos de la lucha antifranquista nos hemos encontrado con que nuestras herramientas ya no son válidas.»

Encontrarse, lo colectivo, nos hace sentir bien y puede implicar politizarse. Pero ¿cómo entender una politización a partir de la enfermedad o de la terapia? ¿Cuál es el camino? « Desde el momento en que hay un mundo que se vuelve contra ti por no cumplir los parámetros deseados (...). Comprender que tu problema personal es político ya es terapéutico. Hay un núcleo político en entender que la sociedad no te deja vivir.» Pero tenemos que buscar herramientas. Quizás lo fundamental es el hecho colectivo, el nosotros. De hecho, el poder terapéutico consiste en reconducir al individuo (privado) a la normalidad. Gestionar el malestar privado: ése es el aspecto terapéutico del poder. En este sentido, la terapia supone una patología. Pero, ¿no es la propia vida lo patológico? Esa necesidad de actualizar constantemente nuestro currículum, de ser productivos...

Se trata de un malestar que nos permite reconocernos en otros. Ahora bien, quizás la politización no resida en el mero reconocerse, en la simple identificación con el otro (ser precario), mero reflejo nuestro en un espejo. Hay que distinguir entre reconocerse y exponerse. Se trata de ver cómo se puede salir de uno mismo para actuar juntos. ¿Cómo exponerse? ¿Cómo romper el espejo? ¿Cómo hacer surgir entre nosotros un proceso de transformación? Sin embargo, algo en nosotros rechaza una vida política. Algo pacta con el poder porque politizarme me enferma todavía más. Hay un juego muy ambiguo cuando negociamos con la realidad..

Quizás habría que preguntarse si la consecuencia real de todo este proceso de terapeutización de la vida es la desaparición del concepto de enemigo. El papel del terapeuta sustituye al del enemigo, no hay posibilidad de confrontación. Ésta es la dimensión real de la despolitización. El poder terapéutico despolitiza.

Ser afectado

Hoy la fuente de politización no es la pertenencia a una clase explotada, sino que tiene que ser algo transversal a todos los estratos sociales y, de hecho, a toda nuestra existencia. Es (toda) nuestra vida lo afectado. Politizarse, en este sentido, puede ser establecer una relación disitinta con tu propio malestar.¿Qué hacemos con la afección que somos?

Si somos precarios, la forma de vida es inestable y, por tanto, problemática, y necesita entonces algún tipo de cura o de gestión. El grado cero de esta situación es la condición de “ser afectado”.

“Ser afectado” y vivirlo con normalidad es hoy lo cotidiano. Encontrar compañeros con los que compartir un trastorno es bueno, pero ¿por qué enseguida se normaliza – normativiza este aspecto?

Conducir una vida

La vida hoy se reduce a un proyecto de vida impuesto, en el que ir por el buen camino implica la búsqueda del éxito, de tal manera que “quien no consigue llegar” es responsable de su propio fracaso, en última instancia, es culpable. De aquí que el optimismo consolador sea inculcado para poder llevar una vida sostenible: ser unos “enfermos optimistas” funciona bien para el sistema que “nos necesita enfermos hasta un punto determinado”. “La sociedad del bienestar, si bien nos ha llevado a no vivir grandes desastres, también nos ha impuesto multinacionales que nos hacen consumir”. El capitalismo ilimitado hace del consumismo una salida normalizadora. El resultado son las llamadas enfermedades del vacío (depresión, estados de pánico…). Una vida precaria es problemática y requiere de una gestión que el poder dicta como individual. “Parece que estemos obligados a conducir la propia vida”. Así, se asume el malestar individualmente, siendo el poder el que propicia que nos mantengamos en el límite de resistencia. Dormimos sólo para poder seguir trabajando.

Pero, ¿de dónde surge la demanda social de terapia? De la propia vida, que resulta ser una patología. Es patológico enfrentarse a una necesidad constante de elección/no elección. Actuar y vivir se percibe entonces como riesgo. Por eso se le pide al poder que sea terapéutico. El poder terapéutico nace de nuestra propia demanda. Y sin embargo: “Aceptar la terapia te da una vida”… pero… “queremos otra cosa”.

Lo que está claro es que es el Sistema, en último término, el que determina qué es lo patológico. Quizá “sentirse enfermo sea lo sano”, quizá tapar el síntoma con medicación sea quitarle todo el potencial político a nuestro malestar.

El papel de las disciplinas “psi”

Cabe una primera distinción entre la psiquiatría y las psicoterapias en tanto que la primera se basa en un tratamiento de tipo farmacológico y las segundas no. Sin embargo, también hay diferencias entre las propias psicoterapias: algunas operan igual que el tratamiento farmacológico, es decir, sobre el síntoma; otras intentan elaborar un significado del malestar. El psicoanálisis, en especial, parece ocupar un lugar distinto, en tanto que desocupa la posición del “Amo”, la posición propia del “Saber”. Es el paciente quien a través del análisis construye su verdad. Pero más allá de estas distinciones es conveniente desplazar el centro de atención desde la persona enferma al propio Sistema (enfermo) como tal. En este sentido, se puede afirmar que el Sistema no sólo nos enferma, sino que el propio Sistema es el que nos obliga a conducir nuestra vida. Una vida que, en definitiva, estará condicionada por el malestar asociado a la precariedad generalizada.

(Medica)mentalizados

La medicamentalización (las prácticas que ponen a nuestra disposición el medicamento como “solución”) es el recurso fácil, aunque a veces inevitable. Sin embargo, hoy es más importante la medicalización, esto es, la concepción médica del conflicto, del síntoma. Esta medicalización del malestar desresponsabiliza a los sujetos e impide el pensamiento crítico.

Entre medicamentalización y medicalización hay muchas interacciones. La política —en tanto que práctica gubernamental— recurre a las multinacionales que son las que marcan determinadas formas de medicalizar: “lo que antes era un niño movido ahora es un trastorno de déficit de atención e hiperactividad”. Diagnóstico y droga. Ésta es la perversidad: los gobiernos se someten a las exigencias consumistas de las grandes empresas farmacéuticas. El resultado es que “antes una enfermedad venía de fuera y había que expulsarla. Ahora, viene de nosotros. Por esa razón, tenemos que medicarnos: tenemos que meternos cosas y no sacarlas.” Pero nos medicamos en la más completa soledad, y nuestra relación con el malestar que es social, es sin embargo privada, incluso íntima. Así avanza y se consolida un individualismo cada vez más amplio. Pero no hay que olvidar que si existe una demanda de tratamiento terapéutico es porque ésta es la única salida que encontramos. El discurso moderno de la ciencia, la medicalización, la terapia… produce silencio, no permite hablar. En el fondo, el discurso terapéutico constituye “un negocio que permite acallar”. Acallar el malestar social.