Resumen del 3r. encuentro: (Tu) vida precaria (22Abr)

Estos “resúmenes” no son —ni pretenden ser— una acta de los encuentros que han tenido lugar en el Horiginal. Cada uno de ellos es, más bien, un texto reelaborado colectivamente a partir de las intervenciones que efectivamente surgieron desde tan diversas voces. Somos conscientes de que estos breves textos no agotan la riqueza del acontecimiento ni lo concluye. Son, en este sentido, un material abierto, inconcluso...

La precariedad como condición existencial (o el ser precario)

“Hoy vivimos una vida precaria”: la precariedad no es algo que afecta sólo a determinados territorios (laboral, vivienda…), sino que, englobándolos, se extiende a todos los ámbitos de nuestra existencia, incluidas nuestras relaciones interpersonales. Hoy la precariedad nos constituye, es nuestro modo de ser. Pero ¿qué caracteriza ese modo de ser precario? Por un lado, es la plasmación de las condiciones objetivas de precarización que nos impone un escenario en el que las formas del capitalismo han ocupado todos los espacios de nuestra existencia. Por otro lado, esta imposición es asumida como algo que afecta a cada uno privadamente: afrontamos solos las condiciones de la precariedad, puesto que su dimensión social ha sido ocultada. Se nos impone una nueva vulnerabilidad, e interiorizamos y privatizamos nuestro miedo. Esta es hoy la fuente de un malestar social que, sin embargo, vivimos individualmente. La consecuencia es que no hay lugares comunes abiertos para la lucha colectiva. Cada uno asume la gestión de su vida precaria, y lo hace en circunstancias muy diversas. La precariedad no nos iguala pero, en cambio, puede señalar un lugar común: nuestro malestar.

La precariedad se juega tanto en la dimensión espacial como en la temporal: espacios y tiempos privatizados, gestionados, autogestionados. En el mundo del trabajo, especialmente, la precariedad se nos impone con toda naturalidad. La precariedad se llama entonces “flexibilidad”. La vida precaria es una vida que se deja vivir… a condición de que seamos flexibles. En ese sentido, ¿soportamos una vida precaria por miedo al vacío? Ese es el chantaje. Y la amenaza: la exclusión, quedar fuera de juego o desconectados. Cuando la amenaza nos señala a nosotros directamente, nos declaramos enfermos, incapaces, y debemos suplicar ayuda (etimológicamente, ‘precario’ es aquello obtenido a fuerza de súplicas). Aquí entra en juego el discurso terapéutico que hoy se extiende a todos los ámbitos.

Capitalismo, precariedad, (des)politizaciones: una historia…

Se hace necesario recordar cómo el ser precario aparece como algo casi natural cuando, en realidad, ha sido producido históricamente. Y, sin embargo, las propias condiciones históricas –tanto en un sentido objetivo como subjetivo– han cambiado totalmente. En efecto, podemos observar mutaciones en el capitalismo que hacen que los modelos de lucha anteriores ya no sirvan: ya no partimos del presupuesto de que “el cambio es posible”, por ejemplo. Partimos de una derrota; de que no hay un sujeto colectivo capaz de abrir espacios de lucha, capaz de señalar horizontes de liberación. Por eso afirmamos que en esta realidad de capitalismo desbocado que vivimos, el primer lugar de politización sólo puede ser esta vida precaria nuestra: mi vida. El enemigo hoy es la impotencia, y su otra cara, la indiferencia. Y lo es, en la medida en que el capitalismo engulle la realidad. Pero no hay derrotas definitivas, ni victorias definitivas: no se vence el miedo de una vez por todas, ni en un solo frente. En todo caso, ¿cómo hacer jugar las condiciones de la precariedad a nuestro favor…?

Malestar, terapia… (politización?)

¿…Acaso no es esto lo mismo que preguntarse cómo politizar nuestro malestar? Se trataría de romper el juego que nos encierra en la invisibilidad de una vida precaria privada y vulnerable. Se trataría de romper el círculo del miedo. De colectivizar el malestar, puesto que no es mío… es nuestro. En cierta manera esa vulnerabilidad nos hace visibles, y la misma visibilización nos hace vulnerables: ¿ los nuevos espacios de lucha no deberían ser entonces espacios del anonimato? A lo mejor la relación terapéutica puede devenir una relación política: siempre y cuando se rompa o desintegre la imposición de lo terapéutico como tratamiento privado, pastoral, de uno a uno. Y del otro lado: ¿hay en el espacio de encuentro colectivo una dimensión terapéutica? ¿Se abre esa dimensión a una vía de politización cuando estamos dispuestos a derribar los muros de lo privado, a exponernos, a arriesgar o a apostar algo? Toleramos el malestar porque queremos vivir, pero ¿hasta dónde estamos dispuestos a claudicar? ¿Nos basta con soluciones privadas (terapéuticas o medicamentalizadoras)?

De lo individual…

Cambiar tu propia vida es doloroso, luchar contra el miedo hace daño. Miedo al vacío. Pero quizás el modo de ser precario es ya estar en el vacío. Entonces permanecer quietos en el vacío puede tolerarse (vamos tirando con nuestra vida precaria) o se nos hace insoportable… Quizás lo que hay que hacer es vaciar el vacío, decir basta a lo que uno es… odiar la propia vida… Sí: la rabia y el odio son las pasiones que nos llevan a decir ¡basta! Y desde ahí relacionarse con la realidad de modo distinto, negociando con ella, evidentemente, pero desde otro lugar en el que no todo tiene precio. Las condiciones de la precariedad se pueden jugar de otro modo. Quizás actuando como un virus, con pequeñas rupturas o agujeros en el sistema que rompen con lo que se nos presenta como obvio (esta realidad que hay que vivir precariamente), no desde una toma de conciencia sino desde la propia vida. Desde la emoción tanto como desde el pensamiento, pero un pensamiento (otro) que quizás nos permita desvariar, variar lo obvio. Empezar a gestionar nosotros mismos esos espacios y tiempos que, a pesar de que tenemos la sensación de libertad y control sobre ellos, en realidad son gestionados heterónomamente.

… a lo colectivo

En efecto, poner en marcha algo que empieza por nuestra propia vida, pero que debe permitir romper con un horizonte de lo privado que tiende a imponerse como único (mi vida, mi precariedad, mi malestar…). Si todos los espacios están ocupados y privatizados, se trata de desocuparlos, produciendo nuevos espacios colectivos que rompan con el orden de lo obvio. A lo mejor se trata de reventar el escenario en que se sustentan esas relaciones naturalizadas que hoy nos imponen una vida precaria. En última instancia es un riesgo individual: se trata de exponerse. Pero la apuesta es vencer al miedo colectivamente, en un juego de alianzas, de complicidades.

Quizás se trate de pensar que nuestro malestar puede hacernos fuertes… ¿Se puede hacer del malestar un arma?