Resumen del 4º encuentro: ¿Se puede hacer de la enfermedad un arma? (29May)

Estos “resúmenes” no son —ni pretenden ser— una acta de los encuentros que han tenido lugar en el Horiginal. Cada uno de ellos es, más bien, un texto reelaborado colectivamente a partir de las intervenciones que efectivamente surgieron desde tan diversas voces. Somos conscientes de que estos breves textos no agotan la riqueza del acontecimiento ni lo concluye. Son, en este sentido, un material abierto, inconcluso...

El encuentro se ha iniciado con un breve repaso de lo que han sido los encuentros anteriores y cómo se enlazaban con la pregunta que hoy nos debía ocupar: ¿Se puede hacer de la enfermedad un arma? Acto seguido, el artista Carlos Pina ha esbozado a través de una performance una respuesta posible.

Al final del último encuentro nos preguntábamos cómo es posible politizar nuestro malestar, hoy empezamos preguntándonos cómo hacer de nuestra enfermedad un arma. Pero, ¿qué es la enfermedad? Hoy ya no se trata, seguramente, de dirigir la respuesta desde el esquema que contrapone enfermedad a salud y que implica como único camino para la cura un proceso de “normalización”. En la internalización del malestar como mi enfermedad hay una renuncia a las propias capacidades, a nuestro poder, a una vida que delegamos en unos pocos “expertos”. El uso de la palabra “enfermedad”, pues, no debería cerrar nuestro campo de visión y se trataría de asociarlo al de malestar. Al de ese malestar provocado por el vivir una vida precaria; al de ese malestar que parece que debemos gestionar privadamente y sobre el cual parece que la respuesta “natural” procede de un discurso terapéutico que va colonizando irremisiblemente el lenguaje de gestión de nuestras vidas. Con el uso naturalizado de ese lenguaje nos declaramos enfermos, es decir, incapaces, incompetentes. Vulnerables. Y el trato al enfermo siempre ha tenido algo que ver con la estigmatización, con el rechazo social. En cierta manera, cuando se privatiza el malestar nos autoculpabilizamos, desplazamos toda responsabilidad —es decir, nuestra capacidad de responder individual y colectivamente de lo que nos pasa— hacia una culpa propia por no poder seguir el ritmo de una vida que va por delante nuestro. (Y en la culpa ya no hay capacidad de responder, sino resignación).

Entonces, ¿cómo pensar que es hoy la salud? Puede resultar paradójico, pues en el enfermo el querer vivir se expande, mientras que en el sano el querer vivir se inmoviliza, se esqueletiza en la gestión de una vida expropiada. ¿Quién (no) está enfermo? Quizás, como alguien dice, la locura se puede comprender entonces como una sublevación fallida. Una sublevación en una sociedad enferma, en una sociedad que nos enferma. ¿Acaso no es el proceso creciente de medicamentalización de la sociedad un síntoma? El código terapéutico está tan interiorizado, que prácticas como la medicación forman parte de la cotidianidad. Desde el poder terapéutico no se trata de curar, sino de mantener una vida enferma, de adormecer los cuerpos que gritan. Pero quizás la enfermedad, como crisis, puede provocar un cambio de perspectiva, un retomar tu enfermedad para dar un paso hacia fuera, para afrontar, ya no solos, lo que nos pasa. Ahí hay una vía posible de politización, aunque hacer de la enfermedad un arma pasa también por romper con el lenguaje del poder terapéutico, con la identidad de enfermo, por encontrar un territorio colectivo común para ir más allá.

En ese sentido el enfermo es más bien un ser afectado; y ante una sociedad que ejerce cada vez más un poder terapéutico, un ser agredido. La politización pasa quizás por abrir espacios comunes desde donde ya no se dice que es natural enfermar en esta sociedad (terapeutizada y medicamentalizada) de hoy, sino que se ponen (otras) voces a seres afectados, agredidos *. Un primer paso hacia la politización. Ahí no cabe la autoculpabilización, sino la capacidad de responder. Y de responder con otros.


* Agradecemos a los compañeros de Radio Nicosia, presentes en este encuentro, la ocasión de haber escuchado algunas de esas “voces otras”.